La primera llamada que recibía por las mañanas tan pronto terminaba mi programa de radio era la suya. “¿Vas para San Juan? Es para que me lleves a la agencia hípica y después a visitar a tu mamá a la joyería”. Ya para esa época no guiaba así que dependía de un pon o de la guagua para llegar al Viejo San Juan. Cuando podía lo recogía y seguíamos nuestra rutina. Lo dejaba en la Agencia Hípica en la Calle Fortaleza y yo me iba a desayunar a la Mallorca o a La Bombonera. Y después de jugar su “cuadrito” de caballos llegaba hasta allá a tomarse un café conmigo.
Había ocasiones en que tenía trabajo después del programa de radio, y mi respuesta era, “Hoy no, papi, voy para Ponce (o Camuy, o Arecibo, etc.), a dar una charla”. Y la pregunta de seguimiento era siempre la misma: “¿Y te pagan?” “Sí, papi, me pagan”. “Pues que bueno, que salgas bien”, como si fuese un examen. Y por la tarde llegaba entonces la segunda llamada. “¿Cómo estuvo la charla?” “Bien, papi”. “¿Y te pagaron?” “Sí, me pagaron”. “Que bueno, me llamas mañana si vas para San Juan”.
Desde septiembre del 2015 no recibo esas llamadas. No tienen idea la falta que me hacen. Por ser la única de los seis que no tuvo hijos, y por lo tanto tenía más tiempo, y al tener una profesión que hace muchos años no me obliga a un itinerario de trabajo fijo, yo me convertí en la chofera de papi y acompañante a citas médicas durante los últimos años de su vida. Duró hasta los ochenta así que tuvo una vida plena y logró disfrutarse los logros de sus seis hijos y ver nacer y comenzar a desarrollarse a sus diez nietos. Papi fue un padre imperfecto, como muchos, pero con una capacidad de amar extraordinaria. Y yo aprendí desde muy joven, a pesar de las heridas que puedan quedar todavía, a aceptarlo como era, y a escoger quedarme con lo mejor de él.
Papi tenía un gran sentido del humor, y puede que piensen que eso no debe extrañarle a nadie porque fue actor y comediante toda su vida. Pero no crean, yo conozco excelentes comediantes que fuera de las cámaras y los escenarios no tienen un pelo de graciosos. En el caso de papi sí. Él siempre decía que menos mal que sus hijos heredaron su sentido del humor porque a mami tú le haces un chiste de doble sentido y no entiende ninguno de los dos. Y es cierto. Mi madre tiene grandes cualidades, pero su sentido del humor siempre ha sido rarito.
Hay veces que estoy en el carro guiando y me río sola acordándome de anécdotas suyas. Tuve la bendición de poder llevarlo junto a mami a un crucero a Europa. Poder viajar en góndola con ellos por los canales de Venecia y ver a papi con mami sentada detrás en una motora recorriendo la isla de Santorini son momentos que jamás voy a olvidar. El día de la motora pensé que los perdía. Papi tendría como setenta años y él juraba que sabía correr motora porque lo había hecho en sus veintes. Y lo grande es que mami se montó con él.
Recuerdo yo siendo una nena sentarnos a escuchar discos de algunos de sus comediantes favoritos. Había muchos chistes que yo no entendía, y él me los explicaba. Nos reíamos mucho. Y también bailábamos. Mi mamá fue maestra de ballet durante más de cuatro décadas, pero el bailarín de salón era mi padre. Recuerdo en ocasiones, bastante frecuentes, que llegaba con dos o tres palos encima, y ponía el disco de su película favorita, Zorba el Griego, y bailábamos el baile de Zorba en el estudio de ballet de mami en casa. Cada vez que escucho música griega se me aguan los ojos.
Aquellos que tengan a sus padres vivos, disfrútenlos, abrácenlos y déjenles saber lo importantes que son en sus vidas. Y traten, de ser posible, de trabajar con sanar resentimientos y con perdonar. Solo así nos podremos quedar con lo mejor de ellos el día que ya no estén. Te quiero, papi…
Lily García estará ofreciendo el taller “Los secretos de las mentes felices” el sábado 25 de junio en el Aguadilla Mall y el 16 de julio en la Fundación para la Cultura Popular del Viejo San Juan. Para más información pueden visitar su página Lily García Fan Page en Facebook, escribir a lilybuenosdias@gmail.com o llamar al (787)234-6906.