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El coraje que todo lo daña

No vengo a hablar mal del coraje.  Las emociones no son ni buenas ni malas, sencillamente son. Hay que sentirlas y reconocerlas, y después proceder a manejarlas. El coraje es una de esas, de las más tóxicas cuando no se reconocen y se manejan. Y lo daña todo.  

Tomemos la diferencia entre la admiración y la envidia, por ejemplo.  Aprendí hace muchos años de una amiga muy sabia que la envidia es “admiración con rabia”. El tener la capacidad de admirar a otros es una cualidad hermosa y poderosa porque nos hace crecer en humildad. Pero cuando en vez de admirar eso que tiene otra persona, sentimos coraje porque lo tiene, la admiración se transforma en envidia.  Y la envidia siempre nos mata por dentro.  

La envidia, en otras palabras, es el resultado directo de un coraje mal dirigido. Aprendí también hace muchos años de ese texto maravilloso titulado  “Un curso en milagros”, que uno generalmente no tiene coraje por la razón que cree, siempre hay algo detrás. Un incidente o la acción de una o varias personas puede dispararnos ese coraje, pero la semilla ya estaba ahí. Vivimos muchas veces acumulando corajes sin darnos cuenta porque el coraje se convierte en el disfraz ideal para el dolor. No nos gusta que nos “duelan” las cosas, y tendemos a pensar que en dolor somos más débiles. Así que inconscientemente bañamos ese dolor de coraje y nos quedamos con él, creyendo erróneamente que nos provee fuerza y evita que otros nos vuelvan a herir.  

Cuando se termina una relación de pareja, para dar otro ejemplo, generalmente hay coraje de una o ambas partes. Y como dije al principio, ese coraje de primera intención puede ser una emoción necesaria para procesar la pérdida de esa relación. Pero es de personas emocionalmente inteligentes entender cuando se hace necesario soltar ese coraje porque no aporta en nada a nuestra vida ni a la de los demás. Al no hacerlo, esa emoción tóxica se convierte en el motor invisible y silente que guía sus acciones. En vez de alegrarse de que esa persona que amaron pueda ser feliz, lo resienten y en demasiadas ocasiones intoxican a los hijos con ese veneno que cargan. Y claro que te puede doler el que alguien te haya sido infiel o haya querido terminar la relación cuando menos lo esperabas. Es natural que nos duela. Lo que no es natural es acostumbrarnos a vivir con ese dolor disfrazado de coraje y pretender que todo está bien.  

Sí, el coraje sostenido y alimentado lo daña todo porque dirige nuestras vidas. Inconscientemente nos lleva a desconfiar y, por lo tanto, deteriora todas nuestras relaciones interpersonales. Hay quien piensa que el deseo de venganza que puede nacer del coraje puede ser una excelente fuente de motivación. Es posible que sí motive al principio, pero cuando la motivación es la venganza, a la larga siempre va a explotarnos en la cara.  El coraje nos torna obsesivos y egoístas, nos desconecta de la compasión y la empatía y nos convierte en eternas víctimas. 

La mayoría de las personas infelices que conozco, esas que en vez de reconocer sus bendiciones viven lamentándose por lo que no tienen, están muchas veces llenas de coraje que cargan desde hace años. El coraje las lleva a vivir reaccionando, siempre experimentando estrés y ansiedad. Eso no hay cuerpo que lo aguante. El coraje daña nuestra salud mental y también la física. 

Te invito a que a través de un esfuerzo honesto de tu parte analices si estás cargando corajes que no has sanado. Busca ayuda si la necesitas y libérate. Sé feliz y alégrate de que otros lo sean, y verás como las bendiciones lloverán.   

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