¿Sabías que el cuerpo humano podría reaccionar de manera severa y abrumadora cuando tiene una infección? Esto tiene nombre y apellido: se trata de la sepsis, una condición grave que puede incluso llevar a la muerte y se caracteriza por causar serias afectaciones en los órganos, los sistemas, entre otros.
La sepsis, de acuerdo con la ciencia médica, es causada por la respuesta negativa que tiene el sistema inmunológico cuando hay una infección. La enfermedad libera sustancias químicas en la sangre que combaten la infección y causan anomalías como coágulos de sangre y daños en los vasos sanguíneos.
Una vez esto sucede, los órganos empiezan a sufrir déficit de oxígeno, nutrientes, entre otros factores que podrían desencadenar un choque séptico que, inclusive, podrían causarte la muerte.
En casos más graves, la sepsis podría causar que el corazón esté débil, se disminuya la presión y circulación sanguínea y haya daño de uno o varios de los órganos que necesitamos para vivir.
Debes saber que esta condición es uno de los principales retos de los pacientes que llegan al hospital y, de hecho, es la enfermedad que más hace que las personas vuelvan a ser hospitalizadas luego de una infección.
Las infecciones bacterianas, y otros tipos de infecciones, son los principales desencadenantes de la sepsis y suele aparecer, incluso, desde los pulmones, el estómago, los riñones o la vejiga.
De hecho, si tuviste alguna pequeña cortada puede que también te pueda generar sepsis si no manejas los procesos de asepsia y desinfección de la manera correcta. Es más, hay pacientes que no sufren infecciones y que también pueden desarrollarla.
Otros factores que inciden en el desarrollo de la sepsis:
- Adultos mayores de 65 años
- Personas con afecciones crónicas, como diabetes, enfermedad pulmonar, cáncer y enfermedad renal
- Personas con sistemas inmunitarios debilitados
- Mujeres embarazadas
- Niños menores de un año
Si te diagnostican con sepsis puede que experimentes varios síntomas bastante característicos como respiración y frecuencia cardíaca rápida, dificultad para respirar
Confusión o desorientación, dolor o molestia extrema, fiebre, escalofríos o sensación de mucho frío y piel húmeda o sudorosa.
Para saber si padeces la condición revisarán tu historial clínico, te harán un análisis físico, una revisión de tus síntomas y, finalmente, te someterán a algunos exámenes como una radiografía o una tomografía computarizada para determinar si hay daños en los órganos.
En cuanto a los tratamientos puede que te prescriban antibióticos, oxigenación a los órganos y tejidos o, en ocasiones, subir la presión arterial.