Ivette González es una mujer con poco más de cinco décadas de vida y desde 1992 vive con la condición de VIH. En ese momento estaba esperando el nacimiento de su primera hija, con 8 meses de embarazo, tras unos exámenes de rutina descubrió que era seropositiva.
La angustia y el miedo fueron sus principales emociones al saber su diagnóstico, sobre todo el temor de morir y pensar en qué sería de su bebé por nacer.
La fecha la recuerda como si fuese ayer, un 11 de agosto de 1992, apenas cuarenta y cuatro días antes del nacimiento de su hija.
Sin embargo, inició su proceso para educarse sobre la condición y las posibilidades de tratamiento que tendría. Afortunadamente, su hija no nació con la carga del virus, un alivio gigante para la madre.
Y es que, gracias a que se descubrió que Ivette era portadora del virus durante su embarazo, le permitió tener los cuidados pertinentes para proteger a su hija, incluyendo la no lactancia.
Luego de su diagnóstico con VIH, su esposo y padre de su hija decidió realizar también los exámenes, a los cuales también dio un resultado positivo, pero más avanzado en la condición. Aunque físicamente todo parecía normal, sus recuentos de células CD4 evidenciaban la cercanía al SIDA, cuando ya existe un grave daño en el sistema inmunitario de la persona.
Ante la adversidad decidieron seguir juntos y apoyarse en este difícil proceso con la incertidumbre de qué ocurriría, sobre todo porque en esa época no había tantas opciones para esta enfermedad.
Él falleció en el año 2007 a causa del SIDA. Mientras que Ivette, a pesar de que no pudo iniciar el tratamiento de inmediato, sino quince años después del diagnóstico, debido a que en ese momento no era posible el manejo de la condición hasta que el recuento de CD4 llegara a menos de 350/mm3. No fue hasta el 2008 que inició sus tratamientos.
Sin embargo, las dificultades persistían debido a que ella no toleraba los tratamientos para el VIH. Fue cuando Ivette descubrió la importancia de conectar con nosotros mismos a través de la meditación y la espiritualidad para así reconocer que su vida no iba a depender de unos números, sino de todo lo que estuviera ella dispuesta a hacer para tener salud y bienestar.
En el proceso comenzó a rotular sus medicamentos, les llamó amor, paz y alegría y, afortunadamente, logró mantenerse con ellos durante diez años en los cuales el cuerpo los toleró sin provocar efecto secundario alguno. Posterior al cambio de sus medicamentos, ahora ingiere a diario sus medicamentos: amor y confianza.
Ivette también tiene actualmente un hijo de dieciocho años. En el camino encontró obstáculos, sobre todo sobre la comprensión de la enfermedad por quienes la rodeaban. Hubo mucha gente que la juzgó por la decisión de tener un hijo, incluso personas con la condición. Pero la realidad es que el hecho de tener VIH no tiene por qué limitar la posibilidad de ser madre, ya que existen protocolos para que el bebé nazca sano y sin dificultades. Así, desde el 2011 no hay niños que nazcan positivos al VIH.
También sus hijos, sobre todo la mayor, tuvo que vivir el acoso por el diagnóstico de su madre que compartía en espacios para educar sin miedo al qué dirán. No obstante, a su hija la llamaban “sidosa” y muchos juzgaron el hecho de que Ivette compartiera con todos que tenía VIH como si de esa manera estuviera afectando a sus hijos.
Sin embargo, ellos jamás sintieron vergüenza por el diagnóstico de su madre, al contrario, se enorgullecían que ella fuese un ente de educación para eliminar todos los prejuicios sobre el VIH.
Aunque el proceso no ha sido sencillo, debido a los mitos que aún persisten, Ivette es una profesional feliz, productiva y saludable que se ha convertido en una portavoz de la causa de los pacientes con VIH.
Comprende la necesidad de que las personas sepan que, con los tratamientos actuales, si el VIH es indetectable, también es intransmisible. Es decir que una persona que tiene VIH y recibe tratamiento por más de 6 meses no transmite el virus, aun cuando tenga una relación sexual sin protección.
Además, Ivette trabaja de forma colaborativa con diferentes organizaciones incluso con el Departamento de Salud para llevar apoyo a personas con VIH y educar a la población en general. También fundó una organización llamada Asamblea Permanente de Personas Afectadas por el VIH (APPIA) para apoyar a personas con VIH, a sus familiares y educar a la población en general con la certeza de que la educación es la mayor herramienta para eliminar los estigmas, el cual significa el reto más grande que puede tener una persona con esta condición.