Entiendo que todos estamos claros en que nuestras circunstancias de vida forman parte de la materia prima de la cual estamos construidos. Y por circunstancias de vida me refiero a lo que recibimos en nuestro proceso de crianza; los ejemplos que hemos tenido a nuestro alrededor, y las experiencias por las cuales hemos ido atravesando. Todo forma parte de quienes somos, de lo que sentimos y hasta de como reaccionamos. Una vez aprendí de un gran maestro espiritual que aquellas actitudes tuyas que te hacen sufrir y te roban felicidad no vinieron contigo de fábrica, y eso quiere decir que de la misma forma que las recogiste en el camino, también las puedes soltar. A veces necesitamos ayuda para reconocerlas y dejarlas ir, pero de que es posible, es posible. Solo así podemos transformar la victimización en responsabilidad por lo que nos toca.
Lo que a veces se hace más difícil es usar esa misma fórmula, la de identificar de donde vienen, con personas a nuestro alrededor cuyo comportamiento nos hiere o nos ha herido. Ellos también tienen su historia, y esa historia los ha formado para bien o para mal. Hace unos días conversaba con una amiga acerca de su relación con su madre. Esta conversación no solo la ayudó a ella a descubrir elementos que no había visto, sino que también me recordó a mí aspectos de mi propia madre que a veces olvido y me llevan a impacientarme con ella.
Comencemos por la relación entre mi amiga y su madre. Ella recuerda que a pesar de que siempre ha sido una buena madre, también fue seca y poco cariñosa. Para esa hija, hay una herida que todavía parece seguir abierta, y esa fue la infligida por la falta de apoyo que recibió de su progenitora cuando quiso estudiar comunicaciones en vez de ciencias. Su padre la apoyó en todo momento, pero la madre siempre se enfocó en la inseguridad económica que representaría el campo de las comunicaciones. Conversando con ella, le hice una pregunta sencilla: “¿y de dónde vino tu madre?” En ese momento esta mujer, hoy una exitosa profesional de las comunicaciones, se fue en un viaje en el tiempo. Recordó como esa madre tuvo pérdidas significativas cuando era joven y tuvo que hacerse cargo de sus hermanos a temprana edad; de la difícil situación económica en la cual se crío; del sueño que tenía de estudiar medicina, el cual fue tronchado ante su necesidad de comenzar a generar ingresos lo más rápido posible.
Recordó también lo creativa que siempre fue su madre, lo buena que era en el diseño y la costura y lo mucho que los disfrutaba. Recordando de donde vino “mami” de repente pudo descubrir que el rechazo a su decisión de estudiar comunicaciones y su aparente falta de validación no tenía nada que ver con ella como hija y todo que ver con el miedo de que su hija experimentara la inseguridad económica que ella había tenido que enfrentar. Además, posiblemente veía sus propias metas realizadas en una hija con una carrera en las ciencias. Eso la tiene que haber decepcionado, pero no por su hija, sino por ella. Y esa mirada al pasado materno también le recordó que compartían una vena de creatividad que en el caso de su madre nunca se manifestó.
La conversación con mi amiga me recordó lo que me dijo mi madre cuando, a mis veintiséis años, le dejé saber que había tomado la decisión de divorciarme de mi primer esposo. Yo pensaba que iba a tratar de convencerme de que no lo hiciera. Después de todo, me iba a convertir en el primer divorcio de la familia. Pero sus palabras fueron: “Tal vez tú estás dando el grito que yo nunca he podido dar.” Sé que no era lo que ella hubiese querido para mí, pero sentí que entendió.
De la misma forma, mi amiga posiblemente ha dado “gritos” y tomado decisiones en su vida que su madre nunca pudo dar o tomar. Y al poner en perspectiva ese pasado materno, puede comenzar a sanar heridas viejas y a practicar el perdón a través de la compasión y la empatía hacia esa madre que tanto la ha amado, aún cuando no siempre ha sabido demostrarlo. Si quieres dar el primer paso en un proceso de perdón, comienza por preguntarte de donde vino esa persona que te hirió. La idea no es justificar lo que hicieron, sino tratar de entender que la gente da lo que puede dentro de sus circunstancias. Bendice, genera compasión, y deja ir. Y ya comenzaste a perdonar.