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Sanando al estilo japonés 

Hace unos días entrevistaba al cirujano vascular Dr. Jorge Martínez Trabal con motivo de la publicación de su primer libro sobre el estado del sistema de salud en Puerto Rico. En su obra él menciona la llamada “filosofía Kintsugi” y como aplicaría al intentar mejorar este sistema de salud que sabemos que está atravesando por un momento crítico.

Yo había leído hace mucho tiempo sobre esta filosofía japonesa, y creo que no es casualidad que vuelva a escuchar de ella en estos momentos en los cuales la salud mental está tan quebrantada no solo en nuestro país, sino en el mundo entero. La palabra “Kintsugi” en japonés significa “reparar con oro” y es una técnica que se remonta al siglo 15. Se pone en práctica cuando alguna pieza de cerámica se rompe, y, en vez de desecharla, se vuelven a pegar las piezas, y las grietas que quedan a raíz de la ruptura, son rellenadas con laqueado mezclado con oro, plata o platino. El resultado es una obra de arte que, si bien jamás va a ser igual a la pieza original, refleja de una manera hermosa y creativa la historia de ese objeto. Un día se rompió, pero hoy permanece.

La filosofía del “kintsugi” va de la mano de otra práctica japonesa, conocida como “wabi-sabi” definido como el acto de encontrar y celebrar la belleza en la imperfección. La mayoría de nosotros nos hemos roto en algún momento. Hay heridas que son visibles, pero la realidad es que la mayoría de ellas solo las conocen quienes las llevan por dentro. La oportunidad de hacer “kintsugi” emocional nos permitiría entonces transformar esos espacios que han roto, esas heridas que nos quedan, en homenajes a nuestra capacidad de resiliencia, de sanación, y de renacimiento luego de habernos quebrado de alguna forma. Ojalá los seres humanos pudiésemos pintar con dorado o plateado nuestras grietas. Pero la cosa es más complicada para nosotros. Eso no quiere decir que no se pueda.

Conozco personas que han sufrido pérdidas tan desgarradoras que me hacen pensar que si yo las hubiese atravesado jamás me hubiese levantado. Sin embargo, ellas están de pie, viviendo vidas plenas, con propósito, y felices. ¿Cómo lo hacen? Estudios indican que entre las características principales de estas personas están su capacidad de mantener a su alrededor grupos de apoyo, amistades, o familiares, que le dan significado a sus vidas. Generalmente estas personas, aún todavía cargando sus heridas, tienden a no vivir en ellas. Las han pintado de dorado creando un presente que hace sentido y le han abierto la puerta a la alegría a pesar de lo vivido en el pasado.

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Leí una entrevista realizada a restaurador de “kintsugi” de nombre Hiroki Kiyokawa en la cual él afirmaba que creer que todas las cosas (incluyendo nosotros) fuimos creados para “rompernos” en algún momento. “Pienso que estar roto o defectuoso nunca debe ser algo malo”, dijo. “Nuestras imperfecciones pueden ser el nacimiento de algo nuevo.” Poderosas palabras ¿no creen? El problema es que en ocasiones se nos hace más fácil obviar las imperfecciones de otros viéndolos a través de la compasión y la empatía, que reconocer y soltar las nuestras.

El “kintsugi” emocional requiere autoconocimiento, pero sobre todo autocompasión. Y no confundamos el ser “autocompasivos” con sentirnos víctimas. La víctima no transforma creativamente sus heridas, sino que, por el contrario, se convierte y muchas veces se esconde en ellas. El practicar la compasión con nosotros mismos nos permite vernos objetivamente y reconocer aquello que todavía no ha sanado y que, por lo tanto, está afectando adversamente nuestra salud emocional y nuestras relaciones interpersonales. En otras palabras, nos está haciendo infelices. Y la infelicidad es el resultado inevitable de fracturas emocionales que no hemos podido identificar, sanar o ambas.

La vida es un constante fluir entre pérdidas y ganancias. Todos vamos a sufrir algo algún día. Pero ni el momento más difícil, ni la alegría más grande son permanentes. Todo cambia todo el tiempo. Aprendamos a identificar esas heridas para transformarlas en arte sintiéndonos orgullosos de lo que hemos crecido, vivido y reído a pesar de ellas. Bañándolas en brillo y color estaremos dando nuestro primer paso hacia la sanación. Gracias al “kintsugi” por recordarme de lo que somos capaces.

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