Lo sé. Hay días en que no nos huelen ni las azucenas (y no es que hayamos perdido el olfato por COVID). Es que sencillamente nos quedamos sin ganas. Este embotamiento mental/emocional puede ser consecuencia del cansancio emocional o físico que resulta del enfrentamiento con los retos diarios; o estamos hartos de la negatividad de las noticias locales y globales; o sencillamente no encontramos la respuesta a las muchas preguntas que naturalmente surgen ante una pérdida.
Todos conocemos el refrán que dice “Lo último que se pierde es la esperanza”. Pero siendo honestos, sabemos que en muchas ocasiones la esperanza es lo primero que se pierde, para dar paso a la tristeza y el desasosiego. Pero les tengo una buena noticia y es que esa esperanza siempre se puede recuperar. De la misma forma en que la felicidad, para mí, es una decisión personal, también lo es la construcción de la esperanza. Es no solo un acto de fe, sino también de asertividad. Es afirmar que aun cuando la solución a lo que sea no necesariamente va a ser la que esperamos, siempre va a ser la perfecta, la que tiene que ser. Y por ahí empezamos.
Para conectarnos con la esperanza tenemos, primero que nada, querer hacerlo. El primer paso es darnos permiso para tener esperanza. Que eso quiere decir que podemos decepcionarnos, claro que sí. Pero en el proceso tenemos algo a lo que aspirar, un optimismo realista que nos recuerda que todo pasa y que las cosas pueden ser mucho mejores de lo que nos parecen ahora en estos momentos. Para lograrlo yo busco conectarme con mi niña interna. Los niños son grandes maestros de la esperanza. Aún cuando los adultos les fallamos, ellos tienden a esperar lo mejor y a confiar.
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Esa es una de las razones por las cuales debemos cuidar tanto sus emociones, ser honestos con ellos, y nunca prometerles lo que no podemos cumplir. Porque van a seguir teniendo esperanza en nosotros, porque necesitan tenerla. Hasta que un día se cansan y esa herida que queda es difícil de sanar. Así que, si quieres esperanza en tu vida, visualízate como un niño o niña que ve la vida a través de los ojos de la inocencia.
En momentos de caos, funciona también enfocarnos en alguna meta, por más pequeña que nos parezca. Debe ser algo que nos genere alegría, no solo al pensar en lo que se sentirá lograrlo, sino también en el proceso de conseguirlo. Esta semana estuve compartiendo con una amiga que tiene varias condiciones de salud complicadas, pero me demostró cómo vive un día a la vez, disfrutándose lo que tiene y siempre haciendo planes para lo que vendrá. Sus condiciones médicas siguen allí, pero su enfoque en su trabajo y familia la llenan de esperanza.
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Cuando la visión emocional está nublada y sientes que no ves esa luz al final del camino, una de las herramientas más efectivas es activar a nuestros grupos de apoyo. Necesitamos esas y esos “cheerleaders” que lleguen a hacernos reír o a acompañarnos a llorar si hay que hacerlo; a recordarnos que la vida es bella y a ofrecernos alternativas que tal vez no estamos viendo pero que pueden expandirnos esa percepción limitada resultado del caos en nuestras vidas.
Y, por último, la esperanza siempre va de la mano de la fe. Esa convicción de que existe un Orden Divino y de que somos seres espirituales con una gran fuerza que está ahí aún cuando no la reconozcamos. Conectemos con esa fe y la esperanza fluirá a borbotones. Que sea lo último que pierdas, pero si no la encuentras, comienza a buscarla porque yo te aseguro que está en ti.