He sido paciente del mismo ginecólogo prácticamente la mitad de vida. A través de más de treinta años me ha visto atravesar por muchas etapas y cambios, no solo físicos, sino emocionales también. Pero ya a sus ochenta, él está a punto de retirarse, y aunque no ha tomado todavía la decisión, decidí buscar una nueva alternativa para comenzar el proceso de desapego. Después de todo, si hay un especialista con quien necesitamos sentir confianza y compenetración es con ese que va a estar examinando áreas tan íntimas de tu cuerpo que posiblemente nadie ha visto nunca.
Y así llego a mi primera cita con este ginecólogo. Antes de verlo, la enfermera me tomó mis vitales y me hizo una serie de preguntas, entre ellas, una que entiendo es necesaria, pero me mueve las entrañas. “¿Está activa sexualmente en este momento?” “No, por desgracia…” le respondí tratando de ponerme graciosita, y ella me sonrió como con pena.
Después paso donde el médico, un poco sobrepeso él, y que tendría cerca de cincuenta años. Lee los datos que le pasó la enfermera y vuelve a preguntar: “¿Entonces no está activa sexualmente?” Y dale. Y yo loca porque me preguntara “¿y por qué?” para contarle lo difícil que está la calle para las mujeres de mi edad. Inhalé y exhalé y seguí a la enfermera al cuarto de examen.
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Me acosté y espatarré en la “burra” (término con el cual coloquialmente se conoce la camilla donde los ginecólogos y/o obstetras realizan sus exámenes) y el médico comenzó a hacerme el incómodo pero necesario Papanicolau. Y tan pronto terminó, lo escucho decir: “Aquí hay atrofia…” “Perdón, doctor, ¿que hay qué?” le pregunté un poco en shock. “Sí”, repitió enfático, “aquí hay atrofia.” “¿Y qué quiere decir eso?”, seguí preguntando. “Bueno, que, con la falta de estrógeno y los años, las paredes de la vagina se afinan y se atrofian”. Así, directo al punto.
Al preguntarle cuales eran las consecuencias, me respondió: “Bueno, con la resequedad en el área puede haber aumento en infecciones vaginales, a veces sangrado, y dolor al tener relaciones sexuales, pero como usted no está activa sexualmente no creo que eso sea un problema”. ¿En serio? ¿Iba a seguir recordándomelo?
No me malentiendan, no es que esté en negación acerca de lo que ocurre cuando perdemos el estrógeno luego de la menopausia. Podría dar una charla sobre el tema. Estoy clara. Pero es la forma. Y recordé cuando en tantas ocasiones mi médico de toda la vida me decía después del examen: “Estás como una nena de quince”. Posiblemente lo hacía para que me sintiera bien. O tal vez en los últimos años, como ya tenía problemas de visión, no se dio cuenta de mi “atrofia”. O tal vez no creía que fuese tan grave la cosa como para mencionármela.
Lo cierto es que no sé cuánto tiempo llevo “atrófica”, pero lo que sí sé es que hay formas y hay formas de decir las cosas. Espero que un médico sea sincero conmigo, pero que esa honestidad vaya acompañada de algo de empatía, por favor. Les tengo que confesar que en un momento dado me pasó por la mente decirle: “Yo estaré atrófica, pero si usted no baja de peso veo un infarto en su futuro”. Pero no lo hice.
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Me habló sobre un posible tratamiento con estrógeno en crema, y me dio una cita de seguimiento para discutir el resultado del Papanicolau. No, no regresé. Y ese día por primera vez a mis sesenta y cinco años me sentí vieja, vieja y atrofiada. Pero me consoló el hecho de que esta experiencia me estaba proveyendo material para una columna y, en algún momento, para un stand-up comedy.
Solicité más adelante el resultado de la prueba para tenerlo en récord cuando vaya el año que viene a otro ginecólogo. O creo que voy a intentar con una ginecóloga para ver si encuentro más solidaridad y empatía. Posiblemente una ya entradita en años y que esté tan atrofiada como yo. Les sigo contando.