Llevo tres años participando de reuniones de trabajo y “team building” junto al equipo de BeHealth, el portal multimedios de salud y bienestar con el cual colaboro como periodista. En las tres ocasiones nos hemos reunido en Colombia porque varios de los compañeros del grupo vive en Bogotá. Allá llegamos desde Puerto Rico, Brasil, Argentina, y República Dominicana. Se trabaja mucho… pero también nos reímos y disfrutamos mucho.
Se me hincha el corazón de orgullo al ver cómo ha crecido el grupo en los tres años que llevo con ellos. No es fácil trabajar constantemente en línea con personas que están en diferentes países con zonas horarias distintas, construyendo proyectos educativos en salud que muchas veces son “para ayer”. La presión es fuerte. De ahí que estos encuentros presenciales sean tan valiosos. Es conectarnos a otro nivel y conocernos mejor, más allá de las entrevistas por Zoom y las constantes reuniones en línea.
Yo no me canso de repetir que una de mis definiciones del “infierno” es trabajar con gente que sepa menos que yo. En este caso, el grupo está compuesto en su mayoría por chicos y chicas de cuarenta años o menos. Así que sí, cuando nos juntamos me siento como la gallina con los pollitos (una gallina que tiene edad para no solo ser la madre de muchos, sino hasta la abuela de algunos). Pero todos son brillantes en sus áreas de “expertise” y que mucho aprendo de ellos.
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A veces escucho a personas hablar de que la juventud está perdida, y me sonrío internamente pensando lo equivocadas que están. No solo son brillantes, sino trabajadores y comprometidos. No les puedo negar que escuchándolos muchas veces me siento “vieja”, pero he logrado desarrollar con ellos una relación hermosa de mucho cariño y respeto mutuo.
Algunos se han abierto a contarme sus cosas: problemas, situaciones familiares, pérdidas y desilusiones. Siento su dolor, y quisiera abrazarlos y decirles que todo va a estar bien; que van a salir de esto más fuertes de lo que entraron; y que no están solos. Uno de los aspectos de ser joven (que no extraño) es la intensidad que acompaña muchas veces los momentos de sufrimiento. No es que los más maduritos no suframos, pero podemos ver la vida desde otra perspectiva a raíz de las muchas caídas y levantadas que hemos experimentado.
En el inicio de esta llamada “Semana Mayor” me nace compartir con ustedes y con mis compañeros de BeHealth algunas de las lecciones espirituales que me ha recordado este viaje.
- Todo cambia, es inevitable, pero en muchas ocasiones es para bien. Lo peor que te esté ocurriendo hoy puede ser más adelante lo mejor que te ocurrió en tu vida.
- Necesitamos escucharnos, porque los mejores comunicadores no son los que más hablan, sino lo que saben escuchar.
- El agradecimiento nos hace siempre más fuertes y más felices. Reconoce las bendiciones que tienes de frente y agradécelas siempre.
- Crecemos cuando nos validamos, cuando nos acordamos de decir lo bien que se hizo algo y cómo aportó positivamente al grupo.
- Somos diferentes, y eso nos puede llevar a que en ocasiones choquemos, pero en realidad es lo mejor que nos puede pasar. No conozco ninguna empresa o grupo que haya crecido con gente que piensa siempre igual. La creatividad nace siempre del choque de ideas.
- Todos somos energía, y estamos interconectados. Y cuando hablo de todos, me refiero a todos los seres vivos del planeta. Y esta interconexión se hace todavía más intensa cuando se trabaja en un grupo con un propósito común. Jamás olvidemos que nuestras acciones siempre van a afectar a otros y que reconocer nuestros errores es señal de personas emocionalmente inteligentes.
Que en esta Semana Mayor puedan reconocer sus bendiciones, agradecer y conectar con ese Todo que nos mantiene inevitablemente unidos. Bendiciones…