El nombre de esta columna es precisamente el título de una nueva charla de motivación que he estado ofreciendo desde hace varias semanas. La charla trabaja con definir la relación entre los apegos más comunes que tenemos los seres humanos, y su relación con las emociones tóxicas. En la filosofía budista se define el apego como la tendencia que tenemos todos a agarrarnos de algo entendiendo que nos va a traer felicidad, cuando la felicidad no depende para nada de elementos externos. Es natural que sintamos apego, por ejemplo, hacia seres que queremos, pero el apego se torna poco saludable cuando permitimos que esas personas abusen o se aprovechen de nosotros y no hacemos nada al respecto por miedo a perderlos. Ese tipo de apego siempre nos va a generar sufrimiento.
El apego a las cosas es otro fácil de identificar. No hay nada de malo en que disfrutemos de decorar nuestro hogar con piezas que sean significativas, o que nos guste vestir bien. Pero cuando vivimos acumulando, guardando por años, sintiendo que sin esto o aquello no podemos vivir, ahí estamos cargándonos con un peso que emocional y energéticamente puede llevarnos al estancamiento.
En la charla menciono que, si yo me hubiese quedado con todos los libros que he leído en mi vida adulta, tendría una biblioteca en una de las habitaciones de mi casa. Pero los libros que conservo son esos que me sirven como referencia para mi trabajo, o novelas que me he leído varias veces. Lo demás lo paso para adelante, lo regalo, o lo dono. En una ocasión, al escucharme decir esto, una persona dijo que ella no puede regalar sus libros porque han sido determinantes en quien ella es como persona. Mi respuesta fue que lo que ha sido relevante es el contenido de los libros, lo que aprendió de lo que leyó, pero no necesariamente el libro físico como tal. Y, además, que mejor forma de rendir homenaje a un autor, de lo que sea, que permitiendo que otra persona disfrute de lo mismo que uno disfrutó leyendo.
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Sé que no es fácil trabajar con los apegos. Pero reconocerlos y soltarlos es un primer paso hacia una vida más liviana y más feliz. Los apegos a las personas y a las cosas son, tal vez, los más obvios, pero hay otros que pueden ser tan o más tóxicos que éstos. Hablemos, por ejemplo, del apego a nuestras opiniones. Y no estoy insinuando que no debemos tener opiniones. Todos y todas las tenemos. El problema estriba en el peso que les damos a esas opiniones al creernos que tenemos la única verdad. Esas son las opiniones que dividen y destruyen amistades, familias, y comunidades. Y este año, siendo año de elecciones en Puerto Rico y Estados Unidos, sería saludable observarnos a la hora de manifestar nuestras opiniones.
Yo soy una persona muy curiosa, y me fascina entender porque la gente piensa como piensa. Eso no quiere decir que yo vaya a pensar como ellos, pero me interesa conocer como llegaron allí. Cuando enfrentamos las diferencias de opinión desde la curiosidad, en vez de desde el ataque, el proceso se convierte en uno de crecimiento para todas las partes.
Otro de los apegos que nos pesa y nos limita es el apego al pasado. El mismo puede ser el resultado de no querer soltar un pasado que pensamos que fue mejor y que añoramos. O, por el contrario, puede ser el permanecer agarrados a un pasado que fue doloroso, a esas heridas todavía abiertas que no hemos podido sanar. En ambos casos, vivir en el pasado, para bien o para mal, siempre nos va a limitar el disfrutar el presente que es, en realidad, lo único real. Trabajamos con este apego enfocándonos en lo que tenemos y no en lo que hemos perdido, y buscando hacer cicatrizar esas heridas que todavía supuran. Solo así podremos comenzar a soltar y a liberarnos de la atadura al pasado.
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Los apegos son parte de la vida. Nuestra misión es identificar aquellos que nos están limitando, que nos roban felicidad, y nos causan sufrimiento. Ese proceso es uno sumamente individual. Los invito a que se den la oportunidad de comenzar a desapegarse y disfrutar del sentido de paz y liberación que descubrirán