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Cuando se toca fondo 

“Tocar fondo” es una frase que se utiliza frecuentemente cuando se habla de rehabilitación de cualquier adicción. Fue popularizada originalmente por la organización Alcohólicos Anónimos, pero eventualmente se ha convertido en parte de nuestro lenguaje común.  

La frase generalmente se refiere al momento en que una persona ya no tiene más nada que perder porque lo ha perdido todo como resultado de un comportamiento destructivo. Ese comportamiento puede estar relacionado a adicciones, pero también a estilos de vida poco éticos o irresponsables, o de una codependencia extrema. Cuando nos damos cuenta de que ya no podemos perder más, de que ya hemos caído en lo más bajo que hayamos experimentado, es ahí que tocamos fondo, y lo único que nos queda es comenzar a subir. Por eso se entiende que una persona no puede rehabilitarse realmente hasta que toca ese fondo y crea consciencia de que, o cambia, o se ahoga en el proceso.  

Esta semana, en uno de esos encuentros casuales de panadería, una madre me narró el infierno que ha vivido a raíz de la adicción de uno de sus hijos. A pesar de varios intentos de rehabilitación y hasta problemas con la ley, el muchacho no ha podido salir del vicio. Y si bien es cierto que la adicción es un problema de salud, y en vez de criminalizarlo necesitamos comenzar a tratarlo como lo que es, también tenemos que recordar que hay ocasiones en que necesitamos soltar a esa persona y permitirle tocar fondo esperando que el golpe lo va a hacer reaccionar. Es duro y es difícil.  Es ir en contra de todo el instinto de una madre, padre, tíos o abuelos. Queremos protegerlos. Queremos que no sufran. No queremos dejarlos solos. Pero lamentablemente, no es hasta que una persona se siente sola, hasta que reconoce que ha empujado y alienado a aquellos que más la aman, que posiblemente va a tocar ese fondo.  

Hay quienes logran tocarlo temprano en sus vidas, y hay quienes se pierden en el proceso.  Nunca olvidaré a aquella madre quien, luego de una charla en la que hablé acerca de la pérdida de un hijo, me dijo que para ella hay algo peor. Me contó que su hijo es adicto y vive en la calle; que trataron lo indecible por ayudarlo y hasta ese día, continuaba en el vicio. Me dijo que había tenido que aprender a vivir sin saber dónde estaba el muchacho, procurando llevar siempre en su vehículo un bulto con ropa limpia y artículos de primera necesidad, para que cuando él la llamara de donde fuera, llegar hasta allá, verlo y llevarle algunas cositas. “Yo vivo con un duelo constante,” me dijo, “sin saber si está vivo o muerto; si ha comido o no.” 

Y escuchándola pensé en cuantas personas habrán podido ver a su hijo en la calle, deambulando o pidiendo dinero y se han preguntado “¿Y dónde está la familia de ese muchacho? ¿Por qué no lo ayudan?”. Lo intentaron, y tuvieron que soltarlo con la esperanza de que tocara ese fondo que lo hiciera aceptar su problema y querer aprender a respirar de nuevo.

¿Cómo sabes que inconscientemente te has convertido en un “enabler” o habilitador, en esa persona que no está permitiendo que alguien toque fondo? Algunas de las señales son: cuando culpas a todos los demás por su comportamiento, ignorando o tolerando sus acciones; cuando estás en negación acerca del problema que tiene; cuando cubres sus gastos económicos permitiéndole continuar con su autodestrucción; y cuando vives en ansiedad constante, negando tus necesidades para proveerle a él o ella lo que necesita. 

El fondo de cada persona es diferente. Nos toca a los que estamos alrededor, a los que la amamos, buscar ayuda para entender hasta donde debemos y no debemos llegar por esa persona. Un día a la vez vamos aprendiendo.       

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