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Derrumbando los muros

Esta semana comencé un proyecto de remodelación en mi casa el cual llevaba varios años soñando con completar.  Desde que comenzó la pandemia había desistido del asunto porque entre la mengua en los ingresos en estos momentos de crisis y otros elementos que dificultaban el trabajo, lo había colocado  en el sótano de prioridades. 

Pero cuando las cosas están de darse, se dan, y los obstáculos que complicaban los procesos se van disipando. Y así ocurrió con el muro que separa mi casa de otra propiedad y el cual ya estaba tan deteriorado que fácilmente podría caerse con el próximo temblor. El nuevo dueño de la propiedad contigua a la mía accedió que hiciera el trabajo a través de su terreno lo cual me redujo considerablemente el costo. Aparecieron nuevas oportunidades de trabajo y con ellas el dinero que necesitaba. El contratista estaba disponible (en momentos en que nadie tiene tiempo para hacer nada porque están hasta el cuello de trabajo). Y para completar, no ha llovido en toda la semana, luego de varias semanas de lluvias todos los días. En dos días el muro estaba abajo y ya el nuevo está en proceso.  

Observando a los trabajadores derrumbando el muro no pude dejar de pensar en los muchos muros, no necesariamente de cemento, que nos construimos alrededor, y de lo que nos restan y limitan. Están los muros del miedo, por ejemplo, ese miedo que nos paraliza y que se convierte en el reto más grande ante nuestros sueños y nuestra confianza en alcanzarlos. Entre los miedos más comunes pueden estar el miedo al fracaso y al éxito (sí, el miedo al éxito existe); el miedo a decepcionarnos a nosotros mismos y a los demás; y el miedo a tomarnos riesgos. Derrumbamos el muro del miedo cuando a pesar de sentirlo, desarrollamos la capacidad de seguir caminando con él.  Porque si esperamos a que el miedo se vaya para hacer algo, jamás lo vamos a hacer. El miedo es completamente natural ante lo desconocido. Solo reconociéndolo y dejándole saber quien tiene el control lo podemos vencer. 

Otros muros que nos construimos son los de las defensas. Ese el muro que dice “aquí no entra nadie porque no quiero sufrir”. Esos muros son el resultado de decepciones pasadas, de heridas que todavía no han sanado. Y pensamos, equivocadamente, que no permitiéndonos amar y confiar, nos vamos a proteger de nuevos sufrimientos. Es cierto que el amar y confiar siempre nos va a hacer más vulnerables porque mientras más nos abrimos a los demás, mayores son las posibilidades de que nos hieran. Pero también es cierto que al hacerlo podemos construir relaciones maravillosas que nos fortalezcan y nos hagan más felices.  

Me niego a dejar de confiar y amar porque alguien me haya herido. Son muchos más los “buenos”, y al construirme un muro de “protección” estoy permitiendo que los “malos” ganen, porque me restaron libertad.  No quiero muros que me aten al pasado, por la razón que sea.  Las heridas del pasado siempre nos van a limitar cuando nos negamos a cerrarlas y sanarlas.  

Te invito a que medites en acerca de los muros que te has construido en la vida.  ¿Te han servido para algo?  ¿Cómo te han limitado o te limitan todavía?  Y comienza a derrumbarlos un ladrillo a la vez.  De repente es posible que sientas inseguridad ante esta nueva sensación de “falta de protección”.  Pero te aseguro que con el tiempo llegará un maravilloso sentido de libertad y empoderamiento en tu vida. Te lo puedo asegurar porque lo he vivido.  

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