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Ella me enseñó Inteligencia Emocional

Cuando en 1996 salió publicado el primer libro de Daniel Goleman sobre la Inteligencia Emocional de inmediato lo leí y me sentí totalmente identificado con su contenido. En poco tiempo se convirtió en pieza fundamental de mis charlas de motivación. ¿Por qué me resultaban tan naturales y lógicos sus fundamentos? Me tocó crecer un poco más como ser humano para descubrirlo.

Ayudar a los demás (trabajo en equipo), sentir lo que otros sienten (empatía), sentirse motivada al mirar siempre el lado positivo de las cosas (automotivación), mantener la calma (autocontrol) y conocer las capacidades propias (autoconocimiento), los cinco pilares que definen la Inteligencia emocional, los practicaba mi madre, Victorina Figueroa, día a día, suceso a suceso, sin haberse leído un solo libro en la vida que no fueran los catecismos que enseñaba cuando preparaba a los niños del barrio para la primera comunión.

En la medida que pasaron los años, y mi crecimiento emocional me hizo apreciar más el suyo, me di cuenta que Mami tenía una Inteligencia Emocional natural. Nunca la vi caerse ante las más terribles dificultades. Tal vez el que, al año y medio de haber nacido el terrible huracán San Felipe provocara que terminara siendo criada por unos tíos, la convirtió en un ser humano inmune a la desesperanza. ¿Que no había nada que cocinar para la cena? “¡Salgan y busquen por ahí, que va a aparecer”, nos decía, y salíamos con la seguridad que nos daba, y regresábamos con un ñame, una pana, o un racimo de plátanos que con dos huevos fritos se convertían en un manjar elaborado por sus manos!

Mientras más crecía la familia, más eran las dificultades, pero más su reciedumbre. Y esa reciedumbre venía acompañada de una sonrisa que denotaba una paz interior que la acompañó hasta el fin de sus días. No dejó de inquietarme el llanto de mi papá cuando me despedí para dirigirme con mis peregrinos a hacer el reciente Camino de Santiago. Tal vez algo presentía que no supo o no quiso articularme. Me despedí de ella poniéndole la mano sobre la cabeza y pidiéndole la bendición.

Este Camino de Santiago ha sido el más difícil de lo cinco que he realizado. Llegué con ese mal llamado en el campo como “la culebrilla” que produce un dolor insoportable el cual impidió integrarme a las jornadas de las primeras semanas. Cuando se me alivió, me contagié con Covid y me tuve que mantener aislado por unos días adicionales. Ya cuando no contagiaba, llegó el último día de jornada y le dije a Yéssica que ese día quería caminar. Ella me respondió que era imposible, que no estaba físicamente preparado para hacerlo. Le dije que quería dedicárselo a mis padres y que nada impediría que lo hiciera.

Una de las cosas que uno debe aprender en la vida es a escuchar sus sentimientos y a compaginarlos con lo que también el cuerpo nos dice. El balance de ese ejercicio se inclinaba a que lo hiciera, que era ahora o nunca. Y lo hice. Paré en varias iglesias antiguas, y en cada una reiteré mi intención.

Cuando llegamos a Santiago y celebramos el cumplimiento de la meta de todos y cada uno de los integrantes del último grupo, sentí un alivio: misión cumplida. De inmediato entró el mensaje que me notificaba de que Mami había fallecido. Todo es perfecto, pensé.

El Camino, cuando se toma como un espejo de la vida, tiene un tiempo perfecto. Murió rodeada de amor de hijos, nietos, y familia en general, ah, y de las canciones que Josy Latorre le fue cantando.

Escribo esto ya en Madrid mientras espero un vuelo a Puerto Rico. Saldrá publicado cuando sus restos ya descansen en paz. Doy gracias por la bendición de haber tenido, no solo a una madre, sino también a una maestra de lo que es una buena actitud de vida. Ojalá y haya aprendido lo suficiente.

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