El dolor crónico es una verdadera patología y las personas mayores son una categoría especialmente expuesta, no solo por la dificultad de diagnosticar el dolor «correctamente», sino también por las limitaciones en la comunicación debidas a la depresión o a los déficits cognitivos, los prejuicios y los clichés (entre ellos, el hecho de que el dolor es inherente al envejecimiento o que el umbral del dolor es más alto en las personas mayores) y la coexistencia de diferentes enfermedades que complican el cuadro clínico y el tratamiento. Los desequilibrios en la dieta, el tabaco, el abuso de sustancias y la inactividad física son factores predisponentes.
Dolor útil y dolor innecesario
Cuando se habla de dolor, es esencial hacer una distinción en relación con su función principal, que es la advertencia y la defensa.
El dolor «útil» (o fisiológico) es temporal y transitorio, representa la reacción del organismo a un acontecimiento que le es perjudicial o potencialmente perjudicial; en este caso, el dolor es un síntoma, que señala una disfunción del organismo. Muy a menudo las características del dolor (como el tipo, la evolución en el tiempo, el modo de aparición, la localización y la irradiación, la asociación con situaciones particulares) son elementos clínicos fundamentales para la formulación del diagnóstico, como, por ejemplo, en el dolor de la apendicitis o el ataque cardíaco.
Por otra parte, el dolor «inútil» o patológico es continuo a lo largo del tiempo, no juega ningún papel e incluso es perjudicial, ya que provoca graves consecuencias físicas, emocionales, psicológicas y sociales que limitan la capacidad del cuerpo para luchar contra la enfermedad.
En este caso se produce una alteración de las estructuras nerviosas responsables de su conducción, modulación y elaboración que determina un círculo vicioso de automantenimiento y fortalecimiento de la sensación dolorosa, independiente de la causa que la generó; el dolor pierde así su significado inicial, convirtiéndose a su vez en una verdadera enfermedad.
Características (perjudiciales) del dolor crónico
El dolor crónico precede a los cambios físicos y psicosociales, que son parte integrante del problema y se añaden a una situación ya muy grave: la vida cotidiana se hace especialmente difícil, porque el dolor acompaña incesantemente a las actividades diarias y hasta las acciones más simples se convierten en una carga insoportable.
El dolor, además de limitar las capacidades físicas y, por lo tanto, la autonomía, también actúa sobre el sistema inmunológico, inhibiéndolo, lo que da lugar a una mayor vulnerabilidad a las enfermedades. Hay que considerar entonces la excesiva dependencia de las drogas, que puede tener efectos secundarios.
Cuando el dolor persiste en el tiempo, surgen trastornos emocionales, a menudo asociados con el estado de ánimo deprimido y la ansiedad: el dolor físico va acompañado de otro más inquietante, caracterizado por la angustia, la tristeza, la frustración, la soledad y el miedo. Por consiguiente, es más difícil distinguir las molestias causadas por el dolor físico de las resultantes de las manifestaciones depresivas, que tienden a aumentar con el tiempo y se convierten en una patología por derecho propio.
El dolor crónico suele asociarse con trastornos del sueño que contribuyen a agravar la situación: por una parte, el dolor dificulta el sueño y provoca frecuentes despertares nocturnos; por otra parte, la falta de sueño resultante afecta a la percepción del dolor, reduciendo su umbral y haciéndolo así más vulnerable a las sensaciones dolorosas.
¿Qué tratamientos son posibles para el dolor crónico?
En el tratamiento del dolor crónico, el objetivo prioritario es limitar sus efectos en la autosuficiencia y la capacidad de participar en la vida social y familiar. Sin embargo, este tratamiento en el paciente de edad avanzada se complica por la frecuente concomitancia de múltiples enfermedades crónicas y la polifarmacia con el riesgo de interacciones de drogas y efectos secundarios. En consecuencia, el dolor suele seguir siendo poco tratado o tratado sólo «en caso de necesidad».
La principal estrategia para el tratamiento del dolor crónico en los ancianos es la terapia con medicamentos. En la práctica clínica se suele utilizar un enfoque gradual, utilizando medicamentos antiinflamatorios en los casos de dolor leve y opioides en los casos de dolor moderado y grave. Los antiinflamatorios se consideran medicamentos poco peligrosos mientras que tienen una toxicidad, mayor en la edad geriátrica, en caso de uso prolongado.
Los opiáceos alivian eficazmente todos los tipos de dolor. En el sujeto de edad avanzada, en particular, permanecen activos en el cuerpo por más tiempo y, probablemente, esto conduce a un mayor efecto analgésico en comparación con los sujetos jóvenes.
Todavía existen fuertes prejuicios contra estas drogas, alimentados por el temor a los efectos secundarios y el miedo a la adicción, por lo que es esencial recurrir a especialistas (geriatras y médicos especialistas en el dolor) con los que compartir una intervención farmacológica personalizada, bien sopesada entre los beneficios y los riesgos y cuidadosamente supervisada, basada en la información correcta del paciente y sus cuidadores.
Según el caso, el plan de tratamiento puede incluir también otras estrategias terapéuticas, generalmente junto con las drogas, como la rehabilitación motora, la terapia ocupacional y la terapia psico-comportamental.
El tratamiento del dolor crónico es un reto difícil, sobre todo para los ancianos, pero es una prioridad de atención que requiere un diagnóstico y un tratamiento adecuados para garantizar una calidad de vida lo más satisfactoria posible.
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