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Hablando y sanando…

Hace un mes no las conocía, sin embargo, cualquiera diría que llevamos años de amistad. Hay algo que ocurre cuando uno pasa horas largas ensayando para una obra de teatro que tal vez no se ve en otros escenarios de trabajo. En esa intimidad que se desarrolla entre la comedia y el drama, nace una cierta vulnerabilidad que casi nos obliga a abrirnos, a hablar, a contar. Y eso es lo que me ha ocurrido no solo con las dos compañeras actrices con quien he estado compartiendo escenario en Tampa, sino también con el director y hasta la muchacha que se encarga del vestuario.

Pensé que en Florida se me haría más difícil desarrollar lazos de intimidad con un grupo de trabajo. Después de todo, ninguno de ellos me conocía, ni como actriz ni como coach de vida. En Puerto Rico es natural que la gente me hable de sus cosas porque están acostumbrados a verme y escucharme en los medios y les soy familiar.  Pero no así en Tampa. La experiencia vivida me recordó cuánto necesitamos todos hablar, y en el proceso, descargar un poco. Y hacerlo con personas que uno acaba de conocer tiene la ventaja de que no hay historia compartida, y por lo general, tiende a haber menos juicio. Uno se siente más libre de decir cosas que tal vez no se hubiese atrevido a decir a una hermana, una madre, o una amiga de muchos años. 

Dicen los estudios que las mujeres tenemos una mayor predisposición neurológica a la comunicación emocional que los hombres. En palabras sencillas, esto quiere decir que hablamos hasta por los codos de nuestras emociones. Somos capaces de formar un grupo de apoyo en cualquier esquina, ya sea haciendo fila para pagar en algún establecimiento o esperando a ser atendidas en la oficina de un médico. No estoy segura de que esta facilidad para hablar de sentimientos sea responsabilidad únicamente de nuestro aparato neurológico. Pienso que también tiene mucho que ver con el permiso a desahogarnos que históricamente la sociedad nos ha dado a las mujeres y negado a los hombres.   

Ya es hora de que todos, más allá del género, reconozcamos que lo que no se habla no se sana. El no hablar sobre lo que sentimos no va a hacer que desaparezca. Esos sentimientos enterrados trabajan desde adentro y se convierten en biología, en condiciones y en enfermedades. Si bien hay personas que necesitan profesionales de la salud mental para poder entender el poder que ejerce todavía sobre ellas su pasado, hay ocasiones en que esos pequeños momentos de soltar y sanar se pueden dar en los lugares más insospechados, incluyendo el camerino de un teatro esperando a que suba el telón.   

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