En una comedia teatral que estoy realizando en estos días hablo un poco sobre cómo mientras más atraídos sexualmente nos sentimos hacia alguien, más se reduce nuestro coeficiente intelectual o IQ. Y es que no es secreto para nadie, digo, un poco en broma, pero también en serio, cómo nuestra mente racional se nubla ante el enamoramiento, convirtiéndonos de alguna forma en morones emocionales. Y le puede ocurrir hasta a los más brillantes.
Lo cierto es que el coeficiente intelectual mide nuestro nivel de inteligencia racional, o capacidad de razonar y resolver problemas. Se supone que es una característica con la cual nacemos y que permanece constante durante toda nuestra vida. Podemos crecer en conocimientos, estudiar, etc., pero el coeficiente de inteligencia siempre permanece igual. Hubo un momento en que todo se basaba o giraba alrededor de ese tipo de inteligencia. Durante mucho tiempo se creyó que la clave del éxito de cualquier persona estaba en su coeficiente intelectual y los grados académicos que podía obtener. Pero eso cambió hace muchos años, ante el descubrimiento de que existen muchos tipos de inteligencia, y el IQ solo mide una de ellas. Entre esos tipos de inteligencia está la que yo considero la más importante de todas: la inteligencia emocional.
La inteligencia emocional se define como la habilidad de entender y manejar nuestras emociones mientras que, a la misma vez, reconocemos e influenciamos las de los demás. El concepto nació para la década del 1990, pero fue popularizado más tarde por el psicólogo Daniel Goleman, quien ha escrito ampliamente sobre el tema.
Estudios indican que el coeficiente intelectual que mide esa inteligencia de “resolver y entender”, es responsable de solo del veinte por ciento de la felicidad de un ser humano. El restante ochenta por ciento es el resultado de la inteligencia emocional. Y por suerte, esta inteligencia sí puede desarrollarse y fortalecerse durante toda la vida, a diferencia de la otra, que permanece estática. ¿Cuáles son algunas de las características de una persona emocionalmente inteligente? Las más importantes serían:
- Autoconocimiento: se define como la capacidad de reconocer y entender nuestras emociones y cómo afectan nuestra vida y a los que nos rodean.
- Autocontrol: la capacidad de poder controlar nuestras respuestas, de saber inhalar y exhalar, y pensar antes de actuar.
- Motivación: la habilidad de aspirar a más, de tener metas y de desarrollar la resiliencia cuando las cosas no salen como esperamos.
- Empatía: la capacidad de entender las emociones o puntos de vista de otros, viendo las cosas desde sus perspectivas aún cuando no estemos de acuerdo.
- Destrezas sociales: capacidad de trabajar en equipo, de motivar a otros y de comunicarnos saludablemente y escuchar en apertura.
Todos conocemos personas intelectualmente brillantes y muy capaces en su área de “expertise”, pero que de seguro se colgarían en un examen de inteligencia emocional. Aunque sí hay pruebas que pueden medir la inteligencia emocional, para este tipo de inteligencia no existe un examen como el del coeficiente intelectual. Lo que nos evalúa verdaderamente en esa área es el día a día, la vida, y las circunstancias a las cuales nos enfrentamos y cómo reaccionamos a ellas. ¿Cómo convertirnos en personas más emocionalmente inteligentes? Es obvio que el primer paso para desarrollar esas características es el “mindfulness” o capacidad de estar presentes con lo que está ocurriendo afuera y lo que estamos pensando y sintiendo por dentro. El autoconocimiento y el autocontrol son imposibles si no conoces tus motivaciones, eso que empuja tus acciones.
¿Quieres ser más feliz? Comienza a fortalecer y desarrollar tu inteligencia emocional. Observa cómo te sientes, lo que sale de tu boca y cómo te comportas en momentos de estrés y tensión. Toma responsabilidad por tus acciones cuando cometes un error, y pide excusas si has afectado a otros. Celebra todo lo positivo que logres, y ten paciencia contigo, la inteligencia emocional nace de hábitos que toman tiempo. Busca ayuda si la necesitas, porque a veces un apoyo externo puede ayudarnos a ver con más claridad aquello que nos está atrasando emocionalmente.
Recuerdo que me hicieron una prueba de IQ cuando tenía cuatro años y aparentemente salí con un coeficiente intelectual bastante alto. Mi abuelo guardó el resultado de esa prueba toda su vida y a cada rato lo sacaba para, orgullosamente, enseñárselo a algún amigo. Y lo hizo por mucho tiempo, inclusive ya siendo adulta. Me pregunto qué pensaría hoy de las metidas de pata que he dado en la vida. Espero, sin embargo, que donde quiera que esté se sienta orgulloso de lo mucho que he crecido emocionalmente.