De pequeña soñaba con ser santa. Sí, no se rían. Siempre he sido una lectora voraz, y entre los libros que me encantaban cuando niña estaban las historias de los santos y niños mártires. Me veía en medio del coliseo romano muriendo apedreada por mi fe. Soy dramática, lo sé.
Siempre he sido una persona de fe, aunque esa devoción y conexión espiritual se haya ido transformando con los años. Me crie católica, y recuerdo un momento en mi vida, en mis veintipico, en que iba a Misa varios días a la semana. Pero siempre surgían inquietudes en mí y cuestionaba muchas creencias y prácticas de la iglesia. En un momento dado comencé a estudiar, a leer, y a empaparme de las filosofías detrás de diferentes creencias y religiones. Tengo que confesar que estudiar metafísica, y temas como la reencarnación y el karma, cambió mi vida. En un momento dado hice una conexión con la filosofía de vida budista que llenó ese vacío existencial que ahora reconozco que siempre cargaba. Y en estos más de veinte años que llevo como practicante del budismo, lo interesante es que he llegado a entender mejor la religión católica y muchas de sus prácticas.
Mi madre es católica, apostólica y romana, y a ley de un empujón para casi Madre Teresa de Calcuta. Su fe y su devoción son extraordinarias, y pienso que es algo que heredé de ella, aunque las fuentes de nuestra fe sean hoy diferentes. Yo sé que está orgullosa de todo lo que puedo ayudar a otros a través de mi trabajo, pero es obvio que daría cualquier cosa porque yo “regresara a la iglesia”. Cuando pienso que ya se ha acostumbrado, de repente sale con algo. Hace poco le comentó a una de mis hermanas que yo tenía muchas figuras “extrañas” en mi casa (refiriéndose a mi altar budista). Después de más de veinte años. Inhalo y exhalo.
El punto es que la fe y los actos de devoción me emocionan y conmueven de una forma que no puedo explicar. Desde ver a musulmanes haciendo sus oraciones en una de las mezquitas más grande de la India, hasta las visitas que hecho a templos hindúes con todo y sus prácticas a veces extrañísimas. Ver a la gente orar, pedir, llorar y agradecer a eso que los conecta con lo Divino, como quiera que se llame, siempre me emociona.
Mi experiencia más reciente fue hace un par de semanas en Colombia. Una de mis compañeras de viaje me comentó que le habían dicho que en Bogotá había un santuario bien conocido dedicado a la figura del Divino Niño. Inmediatamente supe que tenía que ir. El Divino Niño fue siempre la figura principal de devoción de mi tía Annie, una de esas tías que me enseñó a serlo. El perderla en octubre pasado ha dejado un hueco grande en mi vida. Ella vivía haciendo peticiones al Divino Niño en nombre de todos nosotros, especialmente los sobrinos que fuimos los hijos que nunca tuvo.
Cada vez que la llamaba para contarle que me había surgido una nueva oportunidad de trabajo, o algo positivo en mi vida, su respuesta era, “Nena, vamos a tener que hacer “camping” en una iglesia del Divino Niño para agradecerle todo lo que te está llegando”. Nunca pudimos ir juntas y por eso decidí hacerlo yo por ella en Bogotá. El santuario allá está ubicado en medio de un área donde la necesidad económica y social es enorme, y en las facilidades del santuario se ofrece todo tipo de servicios para esta comunidad. Ver a las personas de rodillas orándole a ese hermoso Niño Divino me conmovió y me hinchó el corazón de compasión. Que mucho sufrimiento hay en este mundo. Que mucho nos falta por hacer para aliviarlo. Hoy te deseo que encuentres tu fuente de fe y devoción y que ésta te mueva a querer sanar a otros. Que las religiones no se conviertan en obstáculos para reconocer lo divino que hay en cada ser humano y lo mucho que tenemos en común más allá de nuestras diferencias. Que esa sea la fuerza que nos sostenga en estos momentos tan difíciles que está viviendo nuestra humanidad.