Los que me conocen, o conocen mi historia de vida, saben que me he casado y me he divorciado tres veces. En mis charlas, y cuando hago “stand up comedy”, bromeo con tener un superpoder que las mujeres envidian. El poder consta en que mis ex, ya sean maridos o ex parejas, o se mudan de Puerto Rico y nunca los vuelvo a ver, o se mueren. En otras palabras, que no puedo tener un encuentro “incómodo” con un ex en algún lugar de Puerto Rico, porque aún a los que están vivos, no los veo desde hace años.
Y ese es el caso del que fue mi primer esposo, mucho antes de yo ser periodista y figura pública. Fuimos novios desde mis diecisiete años y me casé teniendo veintiuno. Ya a los veintiséis me estaba divorciando. Tomé esa difícil decisión porque me di cuenta de que nuestras visiones de vida y lo que aspirábamos en términos de nuestro futuro como pareja, no eran compatibles. Pienso que como nuestra relación siempre fue de larga distancia, porque en esos cuatro años de noviazgo solo nos veíamos en vacaciones, en realidad no nos conocíamos bien. Y cuando se dio la convivencia, me di cuenta de que a pesar de que era un excelente ser humano, yo no caía dentro del marco de lo que él había visualizado como esposa. Hubiese tenido que dejar de ser yo para hacerlo feliz, y eso era algo que no estaba dispuesta a negociar.
Nunca lo volví a ver después del divorcio porque él hizo su vida fuera de Puerto Rico. Eso fue hace cuarenta años. Ni él ni su familia inmediata, padres y hermanos, me volvieron a hablar o procurar. No me perdonaron el que yo terminara la relación. Fue algo que me dolió mucho, ya que los consideraba familia. Pero así es la vida. Sí he mantenido comunicación con algunas de sus primas y primos que siempre me han tenido mucho cariño.
Fue precisamente una de esas primas quien se comunicó conmigo a principios de enero para informarme que él había fallecido. Fue duro escucharlo, no solo porque él solo tenía sesenta y siete años y nunca me enteré de que estaba enfermo, sino también porque albergaba la esperanza de que en algún momento nos pudiésemos sentar a hablar y sanar las heridas que dejó nuestra separación.
A principios del 2020 hice un intento por comunicarme con él escribiéndole un correo electrónico. Fue un comienzo de año convulso en muchos sentidos. Enero nos recibió en Puerto Rico con dos terremotos de más de 6 de intensidad. A nivel personal fui diagnosticada con artritis reumatoide. Y a pocas semanas llegó el encierro por la pandemia. Sentí que era el momento para intentar atar ese único “cabo suelto” que tenía. El “combo” de esos sucesos me motivó a conseguir su email y escribirle.
En el correo le dejaba saber lo mucho que me alegraba de que había podido construir una vida personal y profesional exitosa y feliz (lo sabía por lo que me había contado una amiga en común). Le dije lo que tal vez nunca le había dicho, lo importante que había sido en mi vida independientemente de que la relación entre nosotros no hubiese funcionado. Y terminé escribiéndole que, si en algún momento venía a Puerto Rico, me gustaría mucho que pudiésemos encontrarnos y hablar. Nunca me contestó, pero pienso que yo no esperaba que lo hiciera. Tal vez le escribí para mí, no para él. Pero tampoco me rebotó el email, como ocurre cuando uno tiene la dirección incorrecta. Así que es posible que lo haya leído. Les cuento esto porque si en estos momentos en tu vida tienes un cabo suelto por ahí que entiendes te gustaría intentar amarrar, no sigas esperando para dar el paso. La vida se nos va, y aunque nada nos garantiza que las heridas van a sanarse, por lo menos nos queda la satisfacción de haber hecho el intento. En mi caso, como creo en la reencarnación, sé que el encuentro se volverá a dar en algún momento. Mientras tanto, a ti, HC, gracias por el amor y por lo aprendido, y nos vemos en la próxima.