Por: Nydia Ortiz Nolasco, PhD *
Decidí hacer el Camino de Santiago como un modo de reconectar espiritualmente y de comenzar próximas transiciones en mi vida. Me uní en este proyecto a un grupo de otros buenos puertorriqueños con quienes compartí vivencias extraordinarias y quienes se convirtieron en amigos y amigas. El camino me ofreció el espacio necesario para lograr la reconexión y la reflexión que buscaba. También me permitió llorar por los que se me fueron antes y extraño mucho y también por los que se fueron y estaban medio olvidados.
Agradecí la vida y las experiencias que me permitieron llegar hasta mis 71 años de vida con salud y energía y repasé momentos críticos en mi formación como persona. Reflexioné, ore, lloré, agradecí, divagué y hasta dudé de mis fuerzas para lograr la meta. Pasé buena parte del trayecto caminando en silencio rodeada de la naturaleza. En muchas ocasiones solo dejé fluir mis sentidos para apreciar la neblina mañanera, los enormes árboles formando el bosque, el canto de los pajaritos, el sonido de los riachuelos, el campo con sus sembradíos, sus animales, el sol, la lluvia…
Conocí mucha gente linda en el camino incluyendo tres viejas amigas del sur de España caminando juntas con un sentido del humor extraordinario que me recordaron a las “golden girls” de la serie de televisión. Coincidimos en tres lugares de descanso del camino para luego reencontrarnos poco antes de la meta. Nos dimos un abrazo de despedida. Nunca supe sus nombres ni ellas el mío, pero fue lindo el compartir y reír con ellas.
Otro de los días me senté a descansar en un cobertizo de uno de los campos recorridos donde coincidí con una campesina que me habló de su familia y de la pena por haber vendido sus dos vacas el día anterior. Otro día, (como en la vida) me distraje y perdí el camino hasta que un hombre con un perro me advirtió que iba en la dirección equivocada.
Cada día fue una experiencia única y diferente tanto para mí como para otros compañeros de viaje que luego tuvimos la oportunidad de intercambiar nuestras historias. En el camino conversamos con familias, con jóvenes, con personas de diferentes lugares del mundo haciendo su camino. Agradecí y pedí por ellos y por sus penas y esperanzas.
El Camino es una metáfora de la vida, así lo vi todo el tiempo. Las subidas y bajadas son muchas y requieren esfuerzo, perseverancia y fe. Los más preparados avanzan más rápido, los menos jóvenes necesitamos más tiempo para llegar, pero llegamos. El cansancio se alivia con breves paradas para reponernos, alimentarnos y compartir. El apoyo de compañeros peregrinos de la vida nos anima y nos provee esperanza. A veces conviene caminar solos para reflexionar. Pero ¡que mucho nos ayuda y nos alegra la compañía de personas que nos respetan y que comparten nuestras metas y valores!
El camino fue largo y dificultoso, como lo es la vida. Pero como la vida, es hermoso. Vale la pena caminarlo y detenerse a disfrutar y agradecer cada paso de este peregrinar.
*Catedrática y Decana School of Behavioral and Brain Sciences Ponce Health Sciences University 787-840-2575 Ext 5588 Presidenta Junta Examinadora de Psicólogos de Puerto Rico