Ese día había salido de casa a las seis de la mañana a ofrecer unas charlas en el sur de la isla. Me detuve en la estación de peaje para recargar la tarjeta del “auto-expreso” que no tenía balance. Me recibió la empleada de turno con un “buenos días” que le salió del alma y una sonrisa que ni la mascarilla podía esconder.
“Parece que va a hacer un día lindo hoy,” añadió, a lo cual yo respondí, “Sí, parece que sí”. Y de inmediato continuó diciéndome que se alegraba de que no estuviese lloviendo porque tenía que lavar varias tandas de sábanas y toallas y que como no tenía secadora, tenía que tender su ropa afuera a secar.” “Ay bendito, que pena que tienes que pasar ese trabajo,” le comenté. Y ella continuó con un “No, si a mí me encanta tender ropa. Cuando yo me criaba éramos muchos en casa y vivíamos en el campo. El tendedero de mi mamá era bien laaargo, y a mi me encantaba tender ropa con ella. Se veía todo tan lindo”. Y con esas palabras me despidió.
Esa mujer tiene que haber comenzado su turno por lo menos a las cinco de la mañana. Y tenemos que admitir que ese trabajo no debe ser muy divertido ni pagar muy bien. Tenía posiblemente muchas razones para estar apestadita de la vida ya a esa hora. Y, aun así, tuvo la capacidad de contagiarme con su alegría. De hecho, me dio el “pie forzado” para comenzar las charlas que iba a ofrecer esa mañana con el tema de “Los secretos de los optimistas felices”.
¿De cuántas cosas ya nos estamos quejando antes de las siete de la mañana? Y esta mujer ya desde tan temprano se veía conectada con la alegría. Estoy segura que tiene problemas, ¿quién no? Pero ese encuentro reafirmó uno de mis lemas de vida, ese que dice que “la felicidad es una decisión personal”. Porque si bien la felicidad es relativa, también es cierto que hay ciertos elementos básicos que son parte de la vida de las personas felices. Y se me ocurre que tal vez comenzar a hacer realidad aquellos de los cuales tenemos control, es el mejor regalo que podemos hacernos en esta Navidad.
El primero de ellos es la salud. En Puerto Rico, cada vez que le decimos a alguien “Felicidades” en esta época, la respuesta casi inmediata es “Y salud, que es lo más importante”. Y la pandemia ha llegado a recordarnos esto. Cuidar nuestra salud física, mental y emocional es nuestra responsabilidad. Puedes comenzar por ahí. Otro elemento importante en la felicidad es la estabilidad económica. Si el dinero fuese sinónimo de felicidad, no hubiese tanta gente con dinero infeliz por ahí. Y créanme que son muchos. Pero el poder tener suficiente para cubrir nuestras necesidades y disfrutar con nuestros seres queridos, sí hace una diferencia. Descubre talentos nuevos y alternativas para poder traer más prosperidad a tu vida. Reduce gastos innecesarios y haz a otros responsables por lo que les toca. Ese es otro buen regalo que puedes darte en esta Navidad y nuevo año.
El ampliar tus círculos de apoyo y amistades también va a ayudar a elevar tus niveles de felicidad. Está comprobado que mientras más seres queridos tengas a tu alrededor, mayor felicidad y satisfacción hay en la vida. No es que tengas que estar saliendo todo el tiempo, ni reuniéndote con gente, aunque eso también es importante. Es esa comunicación que se puede desarrollar aún en la distancia y que permite que nos sintamos acompañados. Regálate esa red de amistades, tomándote el tiempo para cultivarla y alimentarla.
Y, por último, te invito a que te regales un propósito de vida. Cuando uno reconoce para qué vino a este planeta y las fortalezas o talentos que te ayudarán a dejarlo mejor de lo que lo encontraste, la felicidad fluye como agua de un manantial. En esta Navidad mi regalo para ustedes es recordarles que la felicidad es posible aún en medio de pérdidas y dolores. Lo sé porque lo he vivido y porque todo el tiempo conozco personas que me lo recuerdan, a veces hasta en una estación de peaje en plena autopista.
¡Feliz Navidad!